jueves, 9 de noviembre de 2017

Animales de compañía





Cuando mi suegra empezó a decir que se encontraba sola, era un clamor entre sus hijos, ellos le dijeron que se comprara un perro.
A mí me lo había dicho mi mujer, su hija mayor, y cuando su hermano mayor me lo repitió, le dije,
-¿Por qué no se busca un hombre?
Así que en la siguiente reunión lo soltó,
-Mamá, mira lo que dice tu yerno preferido, que por qué no te buscas un hombre en vez de un perro.
A mi suegra, estas cosas del sexo le producen mucho retraimiento, y en vez de decir,
-¡Uy no, prefiero un perro!
Con lo que yo habría escrito,
-¿Cómo hemos podido llegar a esto?
Dijo algo así como,
-No, a mi marido no se le puede sustituir.
Con lo que yo me veo obligado a escribir,
-Sustituir por otro hombre no, pero por un perro se ve que sí.
Pero no lo dije, sólo me mostré un poco cínico,
-¡Qué romántico!
Es lo que pasa, hay muchos seres humanos que prefieren antes cuidar a un animal irracional que convivir con una animal racional, o peor aún, que sienten que el verbo cuidar y convivir son intercambiable.
Ese puede ser el problema o también lo cómodos que somos, lo que nos gusta que nos adoren sin pedir nada a cambio, lo que nos gusta alguien más tonto que nosotros, alguien servil para con nosotros, alguien más indefenso que nosotros. De verdad, nosotros damos un poquito de asco.
Mi suegra tuvo su perro.
Y yo a lo mío,
-Con lo bien que dormiría en esa cama un negrito de África, incluso puede que hasta estuviera dispuesto a comerse la comida de Canelo.
Su hija, la que es mi mujer, me mira sin verme.
-Un hombre no, lo entiendo. ¿Pero un niño? Casi cumple todas las condiciones. Aunque crece, claro, y entonces.
Nuestros hijos están encantados con Canelo. Lo llevan y lo traen por toda la casa. Es joven y se cansa, termina derrengado en su cama. Pero ellos no lo dejan en paz.
La abuela que los ve, suelta,
-Con el abuelo no jugabais tanto- dice como si dijera cualquier cosa.
El abuelo Canelo.
No puedo escribir,
-Pero, ¿Usted sabe lo que acaba de decir?
Porque yo a mi suegra le hablo de usted. De tanto que la aprecio. Claro que también trato de usted a los que quiero mantener a distancia.
Así que en vez de escribir mi estupefacción, me sonrío para mí.
Mi mujer que está al quite y conoce mis labios como nadie, me mira como echándome un puro por algo que me disponía a decir pero que me conformo con pensar.
Pasa el tiempo y el perro ya es uno más. Hay alguna foto de mi suegro por la casa y poco más. Ni menciones, ni nada.
El otro día, después de follar, le pregunte a mi mujer, la hija mayor de mi suegra,
-Tú, de comprarte un perro, ¿Cual te comprarías?
-Un pastor alemán- contestó al instante.
Después se mordió los labios, que yo tan bien conozco.
Demasiado tarde.

1 comentario:

  1. El morbo de la zoofilia ....pensaba mientras se mordía el labio " ....donde se ponga un buen pastor alemán ...a la mierda el caniche

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