viernes, 23 de junio de 2017

Las cosas están así





Yo escuche la historia de forma fragmentada, por boca de dos negros, uno, bienintencionado, con ganas de acentuar las cosas buenas, eso que se llama de forma tan repugnante, por lo inútil, “ser positivo”, y el otro, también bienintencionado pero con la firme voluntad de no despegarse de la realidad, con la sabia intención de no darse de bruces o hacerse daño cuando el positivismo se dispara como un cepo y te atrapa ya para siempre o te deja mutilado.
Se contaba la historia de uno de los negros más famosos de nuestro tiempo y empezaba positivamente de esta manera,

“Me cayó bien aquel blanco. Íbamos sentados juntos en el tren y se levantó para ir al servicio, dejando sobre su asiento todas sus cosas, justo cuando estábamos a punto de llegar a mi parada.
Él lo sabía porque estaba presente cuando yo le dije al revisor mi destino para que me entregara el billete. O sea, yo podía coger todas aquellas cosas y llevármelas. Es lo que los blancos suelen pensar de los negros. Son unos ladrones, gente de poco fiar.
Sí, ya sé que robar, robar robamos, los blancos también, todos. Sí, pero los negros más. Eso está grabado indeleblemente. Sin posibilidad de borrado.
Sin embargo aquel blanco fue al servicio en aquel momento, dejando sus objetos valiosos sobre el asiento, así que no pude por menos que emocionarme. Es lo que le pasa a los desvalidos, a los indefensos cuando sienten el menor gesto de afecto o de confianza. Así que cogí sus papeles que había dejado debajo de la Montblanc y en una esquina de una hoja escribí con ella: Gracias. El negro que había al lado.
Me bajé cuando el tren paró y él todavía no había vuelto.
Nunca olvidaré a aquel blanco, dándome alas con su confianza en mí.”

Enternecedor, ¿No? Decididamente positivo, ¿No?
Sin embargo hay una variación de esa historia que me fue contada, entre risitas, por otro negro, con un final más aceptable y más acorde con lo que ha sido y es la lucha de los negros por conseguir ser tratados como blancos. O sea en consonancia con la realidad acomodada sobre la espalda del racismo.
Resulta que en esta versión el negro que sí está en la situación que se ha descrito anteriormente, no deja ninguna nota de agradecimiento al blanco confiado, sencillamente porque no se bajó en la estación que le tocaba.
No se fiaba de nadie en el vagón, ni de blancos ni de de negros, y cualquiera de ellos ante su ausencia si descendía en sus estación podía apropiarse de los objetos abandonados momentáneamente en el asiento y el blanco, al regresar y no verlos ni verle a él, le haría responsable de la sustracción.
Esperó pues a que regresara el blanco, custodiando sus objetos, y una vez ya regresado el blanco a su asiento, en la siguiente estación descendió. En el próximo tren que pasase en dirección contraria regresaría a su estación.
Lo que no me contó este último narrador es si el blanco ante la presencia del negro, se extrañó, y le preguntó por la razón de no haber bajado en su estación. O si simplemente ya lo había olvidado o nunca lo tuvo en cuenta al no haber estado atento al momento en que aquel negro compró el billete.
Esta es una historia que no sé si me la he inventado o la he leído en algún lugar y ahora la pongo aquí… Como lo apunto todo.
Pero, sea como sea, creo que debía escribirla.


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