viernes, 19 de mayo de 2017

Acosados





A pesar de vivir en adosados,
apenas nos hablamos.

De “Signos de nuestro tiempo”
Froilán Merlo, 2017.


No sabía qué ciudad era Nueva York. Se lo dijo como si tal cosa.
¿Era una broma?
Y vio en sus ojos que no era una broma porque al mirarlo no había complicidad.
Después paso a su indumentaria, la maleta, buscó alguna pista más.
Se rindió al final y le dijo,
-Es la ciudad más conocida del planeta.
-Ya- exclamó.
Todo porque en la televisión estaban contando que el invierno en Nueva York estaba siendo jodido de verdad. Se veía todo invadido por la nieve y observando lo abrigada que iba la reportera debía ser verdad.
Pero no encontró ningún indicio.
¿De qué? Cuando lo encontrase lo sabría.
Si estuvieran ya en el tren y hubieran pasado un tiempo y hubieran intercambiado más palabras, o quizás una manzana o un plátano, podía llegar a preguntarle,
-Pero, de dónde sale que no sabe qué ciudad es Nueva York,  porque sabrá algo de Madrid y Barcelona, ¿No?
Aunque hoy en día que más da, Moscú, Tokio, Lisboa o Zamora.
Depende de quién, está al tanto de todas. Películas, reportajes, paseos, viajes. Todo lleva el mismo tiempo. O entras en Google Maps y te das una vuelta por Verona. Y te dices, eso me lo perdí, por aquí no estuve y con el paso del tiempo lo mezclas todo y acabas por no saber que tocaste y oliste y qué imaginaste. No pasara mucho tiempo para que puedas no sólo pasear por Verona si no hacerlo con una amante o un amante o un grupo de amigos. Todo virtual. La virtud de lo virtual. Incoloro, inodoro e insípido. Como agua solida, hielo.
-Pues Nueva York está en Estados Unidos.
-¡Equilicual!- dijo el camarero.
O sea, también el camarero se había quedado más para allá que para acá y había dicho equilicual a pesar de saber que no era algo adecuado en una narración de lenguaje correcto, porque era muy coloquial y además él no esperaba subir al tren, él estaba al servicio de los viajeros.
Pero Estados Unidos tampoco le hizo reaccionar.
-Un país- aclaró groseramente el camarero.
Claro, que puede que lo conociera. Estados Unidos, ahí es nada. Aunque no mucho, porque también se había extrañado.
Si se fuera a los servicios, se lo preguntaría al camarero,
-¿De dónde habrá salido? Que no le suena Nueva York ni Estados Unidos.
Invitarlo. Era una buena idea. Vio que no tenía consumición. Él tenía al cerveza entera. La bebió de un trago. Iba a mear por un tubo.
-Ponme otra cerveza. ¿Quiere usted algo?, le invito.
Resulta que no bebía alcohol. Pues otra cosa, lo que quiera.
-¿Un vaso de agua?
Un vaso de agua y un palillo.
Se acordó en ese momento de lo que se llama “página de respeto” en un libro.
En un libro de edición barata no hay respeto. Es lo primero que salta cuando no hay dinero, el respeto. Después los índices, más tarde las biografías y al final queda la historia monda y lironda. Triste, pobre.
-Pues yo vengo de Madrid- dijo.
Era mentira. Pero lo dijo.
-Y voy a Barcelona- añadió.
-¿Usted también?- le preguntó.
Sí, dijo que sí. Pero pronunció Barcelona como si hubiera dicho manzana o plátano. En aquella “Barcelona” no había calle Pelayo, ni Ramblas, ni Raval, ni Sagrada Familia y mucho menos Pedralbes o Bonanova.
Cuando se pronuncia una palabra y se sabe lo que representa, se nota.
Tú dices coño y si no has visto ninguno se nota. O motor, o cepillo de dientes, o bandera o mantequilla.
Decir una palabra abre infinitas delaciones. Dices “matar” y se puede adivinar si has visto matar. Y si has visto, si ha sido real o por pantalla. Y si has matado, si ha sido con cuchillo, con una pistola o de un susto. O si has matado a tu esposa y a tus hijos, o sólo a tu esposa. O no era tu esposa si no tu amante.
Yo al menos, puedo hacerlo: Tú dices mantequilla y yo puedo apreciar si has visto o no,  “El último tango en París” o te lo han contado, según se te ponga cara de tostado o de tostada. Parece mentira pero así es. Tengo ese don.
Las palabras.
-A mi Madrid me mata- dije y casi me eché a reír.
-Barcelona me mata menos- añadí.
Se bebió el agua de un trago. Como si tuviera mucha sed.
Se oyó un chasquido por megafonía y me estremecí. A continuación,
-Tren con destino Barcelona hará su salida en breves momentos por la vía trece, se ruega a los viajeros que terminen de embarcar- y después en inglés y en francés. En catalán, no.
Dijo gracias y se fue.
Como no me miraba no supe valorar si sabía exactamente lo que quería decir “gracias” o lo decía porque lo había escuchado o se lo habían indicado. Los árabes tienen mucha facilidad para los idiomas.
-¿No iba usted a Barcelona?- me preguntó el camarero.
Y le dije que sí pero que en otro tren, que había equivocado los horarios y el mío era el siguiente pero que no pasaba nada porque tenía un libro a medio leer y aquella cafetería era muy confortable.
Había dicho una frase tan larga porque de sobra sabía que entre más palabras juntas, es más difícil apreciar la mentira. Todo es un borbotón indistinguible.
Sin embargo el me miró y me dijo,
-¡Qué tiempos estos!
 Y supe muy bien que sabía lo que decía.

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