sábado, 25 de junio de 2016

Aforismos XXV





Los países se visten con banderas e himnos, unos ropajes fabricados con el nacionalismo, el peor tejido que puede haber. Al entrar en contacto con la razón se deshilacha. Y destiñe si sube la temperatura. Con el frío aprieta. Su éxito viene de que no hace preguntas.

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En el mar del dolor y el horror, Stalin y Hitler no son más que puntas de icebergs. Debajo está toda la masa de hielo que les permitió flotar.

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Tirar de la cadena del váter, ¿es cómo ir a la peluquería o como comprarse un coche nuevo? …..Por el hecho de habernos librado de algo.

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En nuestra galaxia, a parte del Sistema Solar que nos da cobijo, sobresale otro sistema llamativo por su peculiaridad. Es la Sociedad de Consumo. En la que el hombre es Dios y el gel y el champú dos de sus criaturas.

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A la Iglesia Católica se le pueden reprochar muchas cosas pero una sobresale de las otras: Que se haya apropiado de una idea tan hermosa.

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En cuanto a suciedad, la pornografía y el erotismo se diferencian en que la de aquella es epidérmica y por lo tanto más fácil de limpiar que la del erotismo, más espiritual.

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Entre leer y escribir hay una diferencia semejante a la que hay entre ir a una joyería a comprar un anillo de oro o dirigirte a la mina a buscar una pepita.

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La curiosidad sin chismorreo, sea del tipo que sea, tiende al misticismo.

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El hombre sale básico de fábrica. Después los extras se van confundiendo con las pellas de barro, las hojas muertas y las cagadas de otros seres vivos sobre la carrocería.

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“Cualquier tiempo pasado fue mejor” es un “Santa Rita, Rita lo que se da no se quita”  resignado.

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De copas con Fernando Pessoa. Muy borrachos.
Él- ¿Qué es ser, sin ser en el saber? Ser, como la piedra. Un lugar nada más.
Yo- ¿Y si la piedra tuviera un secreto?
Muy borrachos.

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-Sí, hombre, sí, ese pájaro marino que no puede vivir en cautividad. Cómo se llama……
-¿Albatros?
-Sí, ese… No sé porqué  siempre se me olvida el nombre.
Sí que los sabes, claro que lo sabes, lo que sucede es que no quieres enterarte.

jueves, 16 de junio de 2016

Impotencia



Me llevé la mano a la mejilla pero apenas pude tocármela pues el dolor me lo impidió. Pensé en ir a mirarme al espejo. Caí en la cuenta de que ya no había ninguno colgando. El camión de la mudanza se los acababa de llevar.
Me senté. Con el fin de  no seguir iniciando acciones que no pudiese concluir.
Vi el automóvil a través de la ventana. Iría a la farmacia. Salí a la calle, en dirección al coche. La tarde parecía estar esperándome, me dije conciliador. Para animarme. Aunque también podría decir que estaba acechándome. Tal era su fijación. Por no haber no había ni viento, con tal de quedarse a ver qué podía pasar.
Busqué las llaves y en los bolsillos palpé la blandura de unos billetes enrollados, en uno, y la piel endurecida de un caparazón de tortuga en el otro. Al camionero le había dado asco y se negó a llevársela en el camión. Un caparazón que pesaba tirando largo unos cincuenta gramos. En cualquier caja, en cualquier rincón.
-No es el camión- dijo- Es mi corazón.
Tan rudo, tan camionero y tan cursi.
-Bueno, vaya con cuidado. El piano es muy valioso y no me parece que esté muy bien asegurado- le dije y sonó a venganza.
Estaba esperando que me retara para explicarle con pelos y señales, como nada más morir metí la punta de un cuchillo entre el caparazón y la carne  y la desollé. Después la limpié bien por dentro y ya no se separó nunca más de mí. Había infinidad de fotos. Yo, delante del atril, con la batuta en la mano y el caparazón al lado.
Pero no. Me miró con cara de confiado y con una media sonrisa, alzó su mano derecha e hizo ese gesto típico de los cesares en la época romana con la que indicaban que el gladiador no tenía que morir.
-Es usted muy grande- dijo a modo de despedida.
¿Sería posible que supiera quién era? ¿O se lo decía a todos?
No tenía las llaves.
Bueno, le daría opciones a la tarde y me pasearía por ella camino de la farmacia. Justo al echar a andar se levanto un poco de viento. La tarde caminaba conmigo. Mirándome desde cualquier sitio.
Al llegar frente a la farmacia, la tarde se fue hasta un banco próximo, el viento desapareció. Allí se quedó sentada.
El rotulo de la farmacia informaba que se abriría al cabo de dos horas y que la de urgencia estaba en la calle Alisios. El viento ya habría llegado. No entendí el chiste. Miré a la tarde. No tenía pinta de querer ayudarme.
Dos personas jóvenes pasaron hablando.
-A estas horas- dije en voz alta.
Me miraron con simpatía. Los jóvenes no me caen bien. Me tomo esa libertad con ellos. Sé que no les importa lo que yo sienta por ellos. Eso me da la libertad de sentir lo que quiera sin miedo a herirlos. No me pasa en la orquesta. Dónde cada vez que levanto la batuta para hacer un comentario veo una mirada que me amenaza con una depresión.
-No es grave, no tiene que preocuparse, seguro que ha sido un descuido…
Y a continuación,
-Ese sostenido ha llegado un poco tarde, pero es fácil de corregir. Ánimo.
Aprovecho para mirarme en el escaparate. El reflejo, cargado de todo lo que puede recoger de la calle, sólo me deja ver una zona de color oscuro sobre mi rostro blanquecino.
Alzo la mano. El dolor me lanza un bocado y retrocedo.
Quiero volver a casa. Pero ya es demasiado tarde. Hay una farmacia de guardia esperándome.
Sé que esta vez la tarde no me acompañara. Porque la tarde ya se ha establecido, sólo espera que pase su turno para irá descansar. En cualquier sitio. La noche la encontrará.
La noche siempre lo encuentra. Demasiados cómplices.
Pero no hay más que dos opciones. O se queda flotando esperando que llegué el tiburón o nada en cualquier dirección. De espaldas. Cansa menos. Llegará mojado a la farmacia pero lo entenderán. Lo conocen.
Lo conocen y nunca le han dicho eso de,
-Es usted muy grande.
Es fácil. No hay oleaje, la calle es amplia, el viento está en la calle Alisios. Sólo hay que tener paciencia.
Además cubre poco. En un momento de apuro puede andar un rato. Con los pies en el agua.
¿Qué pedirá en la farmacia?
Se ríe, se ríe mucho.
¡Qué tontería!
Casi no cubre y pensando en tiburones. No, en tiburones, no. En el tiburón.
En ese preciso momento una mano lo atenaza.
-Me lo imaginaba. Vi sangre y me dije, la excusa perfecta para salir. Vas a matarme. Menos mal que a dónde vamos estarás más controlado. Podré vivir un poco. Y tú también estarás mejor. Podrás tocar el piano durante horas y dirigir, dirigir lo que quieras y el tiempo que quieras. Vamos, el taxi nos espera.
El tiburón.