sábado, 19 de diciembre de 2015

Como poner botellas de agua


Ella salía todas las mañanas a las seis. Invierno o verano. Primavera u otoño. A barrer el trozo de acera que correspondía a su casa. Después ponía botellas de agua de litro y medio adosadas a las paredes de las fachadas. Estratégicamente colocadas.
De todas las casas que se podían ver por el pueblo era la única que tenía botellas de agua. Bueno, había alguna más, pero tenía una o dos botellas como mucho.
Aquella casa tenía siete botellas de agua de medio litro a lo largo de  las fachadas que hacían esquina. Cuatro en un lado y tres en el otro, donde estaba la puerta de entrada.
Para que no mearan los perros.
Y los perros no meaban.
Son de esas cosas que un día descubre uno, no se sabe cómo, y después mucha gente copia. Sin más. Como si algún perro lo hubiese ido contando por ahí.
Todos los perros conocían aquella casa.
Al pasar frente a ella se interrumpía el particular dialogo que mantienen estos animales con las meadas.
Es como si los obligaran a callar.
Los perros huelen, ladran y mean.
Es más a más. Tienen los cincos sentidos y entablan comunicación de formas complementarias de las que nosotros no disponemos.
Por eso hablamos.
Al hablar, los otros mecanismos de comunicación se han ido atrofiando.
Yo hablo poco.
Por eso, creo, me molestaba tanta botella. Y aquella manía de limpiar la acera por donde pasaba un montón de gente.
Gente hablando, diciendo cosas.
Por eso, quizás, no caían en que era una zona donde no se meaba.
Para mí una zona doblemente silenciosa. Así la veía yo.
Estoy seguro que para los perros era un lugar señalado del pueblo. Se perdía toda espontaneidad. Era un lugar exigente.
Como cuando vas a un museo, que no puedes gritar o hablar en voz alta, o a una fiesta de gala, que tienes que ir de etiqueta.
Aquello era terreno conquistado.
Por eso cuando se murió a mí me fue imposible trasladar a su marido mis condolencias.
Me quedé a la expectativa.
Hasta que vi como las botellas iban desapareciendo. Unas, las tiraba el viento y se iban rodando. Otras, sucumbían a las patadas de los niños.
Además el viento traía hojas, restos de plástico y papel que se quedaban, o no, un tiempo en aquel trozo de acera.
Un día vi a un perro que se detenía sorprendido, olisqueaba y echaba una meada. Después lo hicieron otros perros.
Era una tierra libre.
Entonces fue cuando al ver a su marido le di el pésame.
Me miró sorprendido.
No sé por qué.
Al fin y al cabo era como poner botellas de agua.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Una confidencia




Creo que he perdido a mi único amigo, el último que me quedaba, por culpa de una confidencia.
Somos amigos desde hace más de treinta años.
No sé qué es lo que valora de mí,  pues a veces he notado un franco rechazo hacia algunas de mis actitudes. Yo, de él, valoro algunas cosas muy concretas. Su generosidad, su independencia y capacidad para abrirse camino en la vida. Su honestidad. Y cosas así.
No sé por qué lo hice, lo de la confidencia, ni por qué esperé hasta ese momento. Sólo supe que tenía que hacerlo. Que se lo debía. Para poner en valor una amistad tan larga.
Se lo dije,
-Sabes una cosa, me hago píldoras. Lo he hecho siempre, no puedo parar. Parece que tengo una fábrica de píldoras en la nariz.
Y le hice una demostración.
Me metí el dedo en la nariz, hice un repaso y con la uña extraje un hermoso moco reseco. Lo amasé con la punta del dedo índice y del pulgar. Le fui dando forma y cuando estaba redondeado y convertido en píldora me lo coloque en la uña del dedo medio, la coloque bajo el pulgar e hice palanca. Salió proyectado como una bala de cañón.
Ni rastro de ella.
¿Dónde habrá ido a parar?
Ni idea. Nunca me ha pasado que haya lanzado una y después me la encuentre por ahí. Son muy orgullosas y una vez que han sufrido el rechazo y tal gesto de desprecio ninguna ha sido capaz de humillarse y hacerse la encontradiza conmigo.
Mi amigo no me dijo nada. Se quedó simplemente mirándome.
Me vi obligado a explicarle,
- No siempre sale tan bien. A veces no se ha moldeado bastante y al dispararla se niega a proyectarse y se queda ahí, pegada en la uña. Debes amasarla un poco más. Eso me pasa generalmente cuando ando con prisas. Las prisas no son buenas para nada.
Después seguimos hablando de lo de siempre. Al cabo de dos horas se fue y no he vuelto a saber nada de él.
Sabía que podía pasar. Hay cosas que no se pueden ir diciendo por ahí como si tal cosa. Ni aunque sea el mejor amigo que tengas. O que sea tu esposa. Son cuestiones que tal vez no tenías ni que saberlas tú.
Y mira que es un asunto intrascendente. Me hago píldoras, ¿Y qué? Bien mirado, el habérselo dicho es una ofrenda. Una ofrenda que le hago por nuestros años de amistad y complicidad en tantas cosas.
Aunque la verdad es que por encima del temor de haber perdido a mi último amigo he de admitir que hay otro temor.
A pesar de que me cueste admitirlo.
Porque ese temor me convertiría en un mal amigo, en un desagradecido, incapaz de responder a su generosidad, algo en lo que nunca he estado a la altura necesaria.
Y es que no sé si he perdido a mi amigo o uno de estos días llamará a la puerta como si tal cosa, para tomar un café y contarme en justa reciprocidad algo de él que esté en consonancia con mi confidencia.
Quiero estar preparado para ese momento, pero casi preferiría haberlo perdido como amigo.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Aforismos XVIII



 Es habitual que quien menos tiene que decir más interrumpa. Igual que suele suceder que quien menos tiene que aportar más critique. No hay que extrañarse, es uno de los muchos mecanismos de defensa de que disponemos.

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En la revuelta de la Comuna de París se grito: ¡Muera la miseria y la ociosidad! Y aún hoy en día tenemos la suerte de no haberlo conseguido.

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¡Qué suerte tienen los habitantes de los países que tienen la mayor tasa de suicidios entre su población! ¡Cuántas necesidades primarias resueltas!

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El hombre no tiene escapatoria. Es artista.

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Contemplar  la muerte como una suerte y no como una desgracia. Sí sería una verdadera revolución.

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Ejemplo de esta época compleja que vivimos es que antes los mendigos con sus platillos dejaban bien a las claras lo que pedían, ahora con sus móviles en las manos no se sabe muy bien de qué carecen.

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Es admirable, dentro de la ingeniería de los líquidos, que siendo recipientes con tantos agujeros, nos derramemos tan controladamente.
Leyendo a Primo Levi

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Las ideologías son ríos que desembocan en el mar de la sinrazón. La Fe no, porque es una laguna. Tiene un agua que no se sabe de dónde viene.

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No sé si apareció antes la Fe y después las ideologías para entretener a la razón. O de si nacieron antes las ideologías y cuando la razón se agotó apareció la Fe, que no es que pudiera con la razón, es que no la ve al no contemplarla.

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Hay una ideología de derecha y varias ideologías de izquierdas por la sencilla razón de que el bolsillo es uno y los corazones infinitos. Esto lo arregla la Fe de la siguiente manera: pone un bolsillo al lado del corazón.

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El ideólogo se muere de envidia ante el profeta y maldice no poder creer en Dios.