domingo, 28 de septiembre de 2014

Éxitos




Estaba atravesando unos momentos felices en mi vida. En los últimos seis meses me había venido todo de cara. La galería que dirigía, propiedad de un amigo adinerado pero escasamente dotado para el arte, iba viento en popa a toda vela.
Las dos últimas exposiciones habían puesto a sus autores en los museos y las obras se vendían de una manera que yo calificaría de compulsiva. Los diarios no se mostraban remisos y sus páginas de arte se nutrían de ellas.
Por si fuera poco, me habían llamado del Prado y estaban contemplando la posibilidad de contratarme para  una itinerante que llegaría de Holanda.
Mis colaboradores funcionaban perfectamente lo que me permitía no agobiarme y disponer de un día libre cuando lo estimara oportuno.
Mi hermano se acababa de casar con su novia de toda la vida y ambos se iban a Oxford. Se iniciaba el curso universitario y estaba contratado como profesor de Literatura Comparada para los próximos tres años. Me llamó para felicitarme por los éxitos obtenidos y para despedirse de mí. Yo también lo felicité por su éxito y por la boda.
Habían celebrado la ceremonia con los familiares de ella. Ni mis padres ni yo habíamos asistido. Ni, claro está,  ningún otro familiar del novio. No sé qué pensarían ellos, nuestros padres, tan chapados a la antigua, de cómo había ido todo. Tenía varias llamadas de ellos pero no había tenido tiempo de devolvérselas.
Aunque mi hermano se iba contento a Inglaterra y por todos era festejado como un triunfo, él lo que de verdad esperaba era volver exitoso con algún libro editado y vendiéndose. Era poeta. Difícil y críptico. Del tipo Celán o Valente.
Me dijo que llegarían para comer.
Se lo agradecí aunque no era necesario.
No pensaba cocinar pero pensaba llevarles al mejor restaurante de la ciudad.
Quería dejar claro que el hecho de que no me hubiera invitado a su boda no me había afectado lo más mínimo. Tenía mi vida.
Yo, a ella, la conocía desde siempre. Así que el encuentro fue distendido y fácil. Tenían tres horas para compartir conmigo. Después querían acercarse a unos grandes almacenes determinados y a una joyería con el fin de que le arreglasen a ella unos pendientes que se le habían roto. Un trabajo minuciosos que sólo hacían en aquel taller.
Después saldrían hacia el aeropuerto y quién sabe cuando volveríamos a vernos.
Aunque yo sabía dónde estábamos y hoy con los aviones se llega enseguida. Dijo ella.
Comimos estupendamente y me enteré de que a pesar de vivir en la misma ciudad a penas veía a nuestros padres.
-Ya sabes cómo es eso de vivir en una gran ciudad y verse menos que si vivieras al otro lado del país- dijo mi hermano.
Pero que estaban bien. Alguien los había visto en una cafetería con otros amigos tomando la merienda. Que seguramente se alegrarían mucho de mis éxitos.
-De nuestros éxitos- corregí yo.
Les gusto mucho el restaurante. La familiaridad con que yo trataba a los camareros, distantes y serios, les debió convencer de que yo era un habitual del lugar.
-¡Y qué! ¿Tú no te casas?- me dijo mi cuñada.
-Algún día. Ya os avisaré. Pero contadme, ¿Qué planes tenéis para estos años en Oxford?
Y en cosa así se nos fue el tiempo volando.
Los despedí al pie del restaurante. Un taxi los acercaría a la joyería y después……….
Volví a  casa paseando. Tengo un loft cerca del parque más grande de la ciudad. Y suelo pasar, me obligo,  por él siempre que salgo o entro en casa.
Estuve a punto de pisar a dos ciempiés. Estaban jugueteando y se perseguían. Uno estaba a punto de conseguir el éxito y alcanzar al otro.
Seguro que sería un encuentro inolvidable.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

El virtuosismo del lumbalgista




Esto es un cuento breve, muy breve y además con prólogo. Y mecha. Que ya te vale.
Aviso.

PRóLOGO.

Hay instantes en la vida de cada uno de nosotros en que conseguimos hacer algo de lo que sentirnos realmente, verdaderamente satisfechos. Y no tiene que ser una heroicidad, ni un gran gesto de solidaridad ni tan siquiera mínimamente relevante.
Es un instante nuestro. Del que somos incapaces de decir algo sin sentirnos ridículos. Insignificantes. Simples. Gilipollas.
Atenazados por las inconveniencias lo callamos, lo ocultamos.
Ahora mismo, cada vez que me abrocho los zapatos estoy tentando al diablo. No digo más.

LA MECHA DEL CUENTO.
Estos días me paso de dos a tres horas sentado en un banco, cerca de la calle dónde vivo, en frente de unos contenedores, oliendo a mierda y bajo unos árboles centenarios que tal y como están las cosas aterran más que sombrean. No les pierdo ojo.
No es que sea amante del riesgo ni policía de servicio expurgando la basura de un sospechoso para poder trincarlo, no. Es que tengo un ataque de lumbalgia y no sé que tendrán estos bancos, no sé si su conformación en general o la altura del respaldo, pero consigo estar sentado medio bien unos minutos. Me acerco tres veces al día. Por la mañana, a mediodía y por la noche. Doy mi paseíto, poquito a poco, y cuando llego me derrengo. Descanso y vuelta para casita, pasito a pasito.
Es un banco muy solicitado. ¿Por qué? Porque está al lado de los contenedores en los que tiran la basura dos grandes supermercados que hay en la zona. Digo basura y no sobras, para indicar que no soy del PP. Es lo que se llama un mensaje sobreentendido. Pero yo lo digo para que no haya duda. Estoy genéticamente conformado de manera que ser del PP me es humanamente imposible. Aunque quisiera. Humanamente, digo. Zorrunamente, cucamente, buitralmente, hienalmente….ya sería otra cosa.
Como aparezco tres veces al día  pues abarco todo el amplio espectro de la gente que está jodida, verdaderamente jodida, en este país. Por la mañana vienen las madres con sus niños, camino del colegio, que apañan sus bocadillos para ellos y para ellas algo dulce que da energía. La van a necesitar. Al mediodía vienen las abuelas, porque las madres están trabajando, a recoger a los nietos  y apañan algo para la comida: Para un estofado, unas verduritas, carne casi nunca hay y luego fruta madura. Fruta madura hay mucha. Y luego por la noche vienen los hombres. Ya se sabe, la noche es peligrosa. Hombres jóvenes y viejos.
Se me ha olvidado decir que este ir y venir tiene una normalidad aterradora. Las mujeres, mientras salen los cubos, hablan de sus cosas y hasta se oyen chistes. Los hombres echan sus cigarrillos y se intercambian información laboral, pues casi todos trabajan.
Y todos me miran con pena. Allí derrengado. Alguna vez hasta me han ofrecido unos plátanos. Porque me era imposible, que si no, le hago cuatro arrumacos de simio y escalo por algún árbol.
O sea que no me aburro mientras pongo cara de derrotado. Pongo, no. No me libro de ella.
La otra noche se acercó Narciso. Y se sentó. Con una agilidad que me hizo daño.
-Estos no saben lo que se traen entre manos- dijo cachazudamente, señalando a los que esperaban.
Como vio que yo no estaba por la plática decidió llevar el peso de la misma.
-Yo, lo tengo todo planeado.
Y se saco un papel con la planificación. Recogida en los contenedores, lo había llamado. Y los tres turnos.
-Mi mujer, mi suegra y yo- me explicó.
Me miró y debió entender que no las tenía todas conmigo. Así que siguió.
-Si esto sigue  como hasta ahora, monto un almacén de mayorista en el bajo del edificio. Ya he hablado con el presidente de la comunidad. Un cabrón. Quiere una parte.
Tenía que marcharme de allí cómo fuera.
-Es como todo en la vida, están los buitres y estamos los virtuosos.
Se ladeo para hurgarse en el bolsillo y maldije al destino que les da lumbalgia a unos sí y a otros no.
Se encendió un cigarrillo y fumo visiblemente satisfecho. Visiblemente no, ostentosamente.
-Te vas a perder lo de hoy- le dije, señalando la cola que empezaba a ser larga.
Con un gesto de desprecio de la mano que  paseaba el cigarrillo me dijo tan cerca que casi podía ser yo,
-Tranqui, esta semana hemos recogido casi de más.
En este momento hice un esfuerzo supremo y me puse en pie. No me acuerdo si me despedí, pero a buen seguro Narciso se quedó, mientras paladeaba su cigarrillo, mirándome con pena y compasión.
Y fue sentado en casa, disfrutando del resultado de mi propio virtuosismo, que entendí a Narciso.  Y si él me había endilgado a mí su historia, ¿por qué no iba yo a poder endilgarle a la página en blanco la mía?

El CUENTO, PROPIAMENTE DICHO.

El lumbalgista es el especialista en lumbalgia. Muy a su pesar, pero especialista.
Yo, cuando estoy especialmente inspirado, quiero decir en pleno ataque de lumbago tengo una posición que me sabe a gloria, a oasis en un desierto de malestar, dolor e indefensión, y es repantingado en un sillón con un par de cojines mullidos soportando mi espalda.
Y aquí es dónde está el virtuosismo.
Todo el mundo sabe que un violín es un violín, un arco es un arco y unos dedos son unos dedos.
Quiero decir que se le da un violín y un arco a unos dedos y puede suceder que todo lo más que hagan esos dedos sea colocar un par de escarpias en la pared y colgar las dos piezas a modo de trofeo.
Sin embargo entregan esas piezas a unos dedos más hábiles y…….gloria bendita.
Pues yo en esto de encontrar mi posición de lumbalgista que huye soy un virtuoso.
También se necesitan piezas diversas: Un par de cojines, un sillón y una espalda con lumbalgia.
No unos cojines cualesquiera, no. Los dos cojines, uno de color hueso, bastante mullido y de 40x40 y otro a cuadros, más pequeño, igual de mullido y con botones en una cara. En la cara oculta, para que se fije en el otro y no resbale.
Se colocan bastante verticales sobre el respaldo del sillón, que queden sueltos, con el fin de que llegado el momento, sea la castigada espalda quien marque la forma adecuada.
Y luego está el ángulo con el que el cuerpo se entrega a la faena. No he podido medirlo por imposibilidad física, pero puedo jurar que son unos grados de inclinación divinos, ni más ni menos, los justos. Cuando lo encuentras lo sabes.
Diversos elementos, variadas vicisitudes y una pasión desmedida por huir del bárbaro dolor son los componentes que me llevan a ese bienestar celestial.
Alguno dirá que vaya tontería.
No hay que hacerle caso. Es un ignorante que nunca ha sabido lo que es una lumbalgia hija de puta y cabrona que te imposibilita casi todo movimiento y todo instante de bienestar.
Si lo supieran verían que es algo ante lo que no se puede uno mostrar indiferente.
Igual exagero pero es que estoy pasando unos momentos muy especiales.