lunes, 24 de febrero de 2014

El porqué de la cojera en la ancianidad. Cuento científico.



En primer lugar yo no soy periodista. En el diario me dedico a llevar papeles de un sitio a otro, a subir y bajar las tazas de café y cosas de parecida importancia. Pero con la crisis, en el periódico hicieron fallida y despidieron a la mitad de los periodistas. Total que de un día para otro sin quitarme el cargo de pinche también me dieron el de periodista. Optimización de recursos, dijo el director. Debido a eso me bajaron el sueldo sólo un 3%.
Y me llegó el primer curro de reportero. Tenía que ir a Jaca. Unos científicos habían descubierto algo de inusitada importancia. Me dieron unas direcciones y un nombre y nada para las dietas. Pero yo estaba ilusionado. Y esto que sigue es el resultado de mi viaje.

Científicos españoles de excelente preparación y con doctorados de las más insignes universidades extranjeras que debido a la crisis no han encontrado su lugar en los laboratorios y que se vieron forzados a entrar mientras esto se arregla en el honorable cuerpo de la Guardia Civil  que a decir de muchos, que no todos, es de los cuerpos del orden más querido en España, encontrándose de servicio en Jaca y disponiendo de tiempo libre, pues gracias a Dios todopoderoso allí no hay vallas, acordaron en alegre comandita, pues ya eran amiguetes desde la uni, ponerse a estudiar el llamado caso de “la cojera sobrevenida con la ancianidad”. Dolencia que padecen muchos hombres y que los especialistas no aciertan a curar por desconocer las causas.
Al principio, como científicos ilusionados y principiantes le entraron al problema a fondo y por los caminos que indican los procedimientos. Tras ver cientos de pacientes con esa dolencia fueron incapaces de llegar a ninguna conclusión definitiva. El desgaste propio, por la edad, de los huesos no era suficiente explicación. La pérdida de líquido sinovial, evidente, también achacada a la edad no colmaba las ansias de saber de este grupo de científicos.
Hasta que tuvieron una hipótesis que después se convirtió en tesis y por fin ha concluido en un hallazgo de dimensiones extraordinarias y  que sin ninguna duda contribuirá a iluminar una zona hasta ahora oscura del conocimiento humano.
Yo me interese por su trabajo y el que parecía llevar la batuta accedió a que le entrevistara. Me dijo,
-Vamos a enviar nuestro trabajo a la revista Mundo Científico. Allí podrá leerlo.
Aunque luego de un vistazo se dio cuenta de mis limitaciones y me susurró,
-Mejor se lo resumo en cuatro frases y ya después usted lo elabora cuando lo pase al papel para su periódico.
Me jode esa manía de mirar por encima del hombro que tienen los de ciencias con los de letras. Pero me aguante. Allí olía a primicia.
-Todo empezó en una sauna. Más concretamente en la de la piscina de mi pueblo. Estaba de permiso. Desalentado, deprimido. Fíjese, con dos carreras, dos masteres y tres idiomas haciendo de guardia civil. Mi sargento confunde hay con ay y con ahí. ¿Qué le parece?
-Bien, bien, siga, siga.
-Pues estaba en la sauna, en pelotas, sudando los malos humores y sonriéndome por lo bajo pensando en la pinta que tendría en la sauna con el tricornio cuando entro un paisano. Anciano, de unos setenta y tantos. Le colgaban los testículos tanto, que le llegaban a la rodilla. Me di cuenta porque se agacho a recoger el gorro de la piscina y casi me da con la bolsa testicular en la cara. Oiga, una cosa exagerada. Y ahí tuve el deslumbramiento.
Se calló y me miró pizpireto.
-Siga, siga- le apremié.
Estuvo columbrando si seguir por el camino de los términos científicos o por el del lenguaje vulgar. Se decidió por el vulgar, claro.
-Se lo resumo. La hipótesis es que la cojera y los testículos cuelguibajunos podría ser que tuvieran algo que ver. Era fácil averiguarlo. Escogimos una muestra de cien ancianos renqueantes y les miramos los huevos. Efectivamente, todos, fíjese usted, todos eran cuelguibajunos. Así que nos pusimos manos a la obra, no le voy a aburrir con las pruebas de laboratorio, exámenes exhaustivos de los sujetos que intervenían en el estudio ni con los ejercicios que una y otra vez llevamos a cabo. Pero la conclusión fue ésta: Debido a la equidistancia que hay entre el cerebro por un lado y las rodillas y el escroto de los cuelguibajunos por otro, encontramos que llegado el momento de la eyaculación, el cerebro confundía el semen con el liquido sinovial y enviaba la orden de erupción al liquido sinovial. Esa confusión que no se producía siempre pero si con alarmante asiduidad, con los años, pues así como el cuerpo está preparado para sustituir el semen una y otra vez, no lo está para reponer el liquido sinovial que poco a poco se iba agotando, tendía a producir esa cojera típica en las edades avanzadas.
Se quedó mirándome,
-¿No toma apuntes?
-¿Podre hablar después con alguno de sus colegas?
-¿Qué pasa, que no me cree?
-Sí, sí, pero….
-Descubrimos otra cosa que les pasaba a estos cuelguibajunos…..Casi no tenían hijos. Así que también nos pusimos a investigarlo. En un principio era lógico, si en el acto sexual el liquido emitido era el sinovial no tenía que haber embarazo, luego la poca fertilidad era normal. Pero nos pareció que era demasiada infertilidad, pues el cerebro no siempre se equivocaba. ¿Qué pasaba? Pues que en las ocasiones en que el cerebro acertaba y enviaba el semen, dado el largo recorrido los espermatozoides no llegaban. Se quedaban por el camino. Para esto encontramos una solución….
Debía estar mirándolo de forma rara porque se calló y me interpelo,
-¿Le interesa?
-Claro, claro, siga, ¿qué solución?
-La solución consistía en poner entre la bolsa seminal y el glande, más o menos en medio, una micro-estación amplificadora que le diera el último empuje a los espermatozoides.
Su cara de satisfacción me indicaba que había terminado.
Yo no sabía qué preguntar.
-¿Y ya les han contestado de El Mundo Científico?
-No, aún no, pero usted lo puede publicar. Al fin y al cabo los lectores de una revista científica y de un diario no suelen coincidir.
Me despedí cómo pude, redacte en la fonda el artículo y lo envié al periódico. Si aparece publicado no será culpa mía.

P.D.:  Desde el momento en que aquel científico metido a guardia civil me hizo partícipe de su descubrimiento no puedo mirar igual que antes a las ancianas que a pesar de su edad andan corriendo todo el día de un lado para otro. Como si tuvieran las piernas de una adolescente.